Las cegueras
LOS DÍAS DE MERCADO EN UN PUEBLO SON AGITADOS. El día sábado desde las 7:00 a.m. comiezan a llegar los “yipetos” a la Plaza de mercado de Anserma. Por ratos pareciera que tuvieran la misión de llenar las calles. Los carros willy´s bajan el café, el cacao, las frutas en cosecha y se regresan con afán. Llenan 12 cuadras y nunca los andenes, hay una costumbre de caminar por fuera de las aceras y de pararse en la mitad de la calle a saludar.
Los que disfrutamos de ese día, aprendimos a convivir con el ruido y con las alegrías de nuestros coterráneos, sin embargo, una parte de las personas del área urbana, prefiere no hacer las compras o madrugar cuando están llegado, ir donde un vecino o huir, ¿El pretexto? El ruido (que no es tal) y los olores (que no son tales).
No acostumbro visitar las veredas el día sábado, por lo regular están solas o están las personas que huyeron del pueblo. Me gusta estar en la casa, salir por un mandado, saludar de mano a los extraños y arriesgar la vida en un accidente de tránsito por no usar los andenes, pero el sábado 18 de febrero me invitaron al Tabuyo, una finca ubicada en la vereda San Pedro, a 20 minutos del casco urbano. El dueño estaba construyendo una carretera y movió las piedras, de las que se han dicho, tienen grabados indígenas -en la zona funcionó en otrora el Resguardo Indígena Tabuyá- Acepté y por fortuna perdí la ida. El propietario habilidosamente las esquivó para mantenerlas in situ. Quise ir por la importancia del lugar, también para olvidarme de los asuntos de las ciudades, las crueldades de las urbes sin darnos cuenta nos enceguecen.
Regresaba caminando por la calle empedrada que conecta a San Pedro con Anserma. Al lado derecho, colgando de la malla de una casa, estaba una niña que por su estatura y forma de hablar aparentaba 5 años.
-Hola. ¿Va para su casa? me dijo. -Sí, claro. Respondí.
- ¿Y va a ir caminando? -Claro.
- ¿Vive muy lejos? –Siempre.
-¿Y porque lleva ese gorro? – Porque sí. ¿Usted cómo se llama?
-Luisa ¿y usted? - ¿Usted porque pregunta tanto?
No respondió y salió corriendo. Avancé hasta la entrada de la casa de Luisa. Ella ya regresaba con un gato en la mano. Lo miró y le dijo apretándole la cabeza. Lo voy a matar. El gato maulló.
Mientras la observaba lo puso en el suelo y destapó un recipiente, con la boquilla le pegó en la cabeza.
-No le pegue, le grité.
-Aruñó a mi hermano y mamá no lo quiere, lo voy a matar. Me respondió mientras le pegaba.
Nos separaba una puerta metálica y una malla de 10 metros. No podía hacer nada, seguí el camino para no ver el asesinato.
Se escuchó otro golpe. No solo las ciudades enceguecen, pensé. Se escuchó otro golpe. Camine más rápido.
-¡Camilo el gato se voló! Gritó Luisa.
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